Un velero encalla y se topa con piratas. ¡Lo que hace la tripulación para sobrevivir los deja atónitos a todos!

Capítulo 10: El eco en tierra

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El Aurora’s Wake se dirigía a la costa mucho después del amanecer. El aire estaba cargado de sal y humo, con un extraño olor metálico en el viento. Ethan estaba de pie en la proa, con la mirada fija en la orilla: una lejana línea de acantilados grises y espuma blanca. Liam estaba desplomado cerca del mástil, con el rostro pálido, el cansancio grabado en cada línea.

No habían hablado en horas.

Cuando el barco finalmente rozó la orilla cerca de un pequeño puerto deportivo, el alivio que invadió a Liam fue casi físico. Saltó al muelle y casi cayó de rodillas, respirando el olor húmedo y terroso de la tierra. Ethan lo siguió lentamente, con una mano apoyada en la barandilla de su destartalado barco. Parecía mayor, como si el mar le hubiera rozado una parte.

Pero incluso antes de llegar a la oficina del puerto deportivo, Ethan notó algo extraño.

Demasiado silencio.

Ni gaviotas. Ni pescadores. Ni charlas. Solo el viento. La torre de radio sobre el puerto deportivo parpadeaba con una luz roja intermitente, desincronizada, casi rítmica.

Liam frunció el ceño. “¿Por qué siento que no hemos regresado?”

Ethan no dijo nada. Caminó hacia la pequeña oficina del puerto, con la puerta entreabierta. El interior parecía recién usado (una taza humeante aún reposaba sobre el mostrador), pero no había nadie. Solo un leve zumbido llenaba el aire, bajo y constante, proveniente de la trastienda.

Liam lo siguió, susurrando: “Este lugar me da escalofríos”.

Ethan empujó la puerta trasera.

Una terminal brillaba en la oscuridad, su pantalla llena de código que se desplazaba. Las mismas líneas geométricas azules que habían visto bajo el océano pulsaban débilmente a lo largo de sus bordes. A Ethan se le encogió el estómago.

Liam se acercó. “¿Es esa… la misma señal?”

Ethan asintió lentamente. “EchoNet”.

“Pero… ¿cómo? ¡Dejamos esa cosa atrás!”

Ethan señaló la parte superior del monitor. Una pequeña etiqueta decía SISTEMAS MARINOS THALASSA — NODO REMOTO N.° 47.

A Liam se le cortó la respiración. “Ya estaban aquí”.

“No”, dijo Ethan en voz baja. “Nunca se fueron”.

Afuera, el viento arreció, sacudiendo las ventanas. Ethan comenzó a revisar los registros de datos de la terminal, escaneando marcas de tiempo, códigos de transmisión, cualquier cosa que pudiera explicar lo que veían. Cada entrada repetía las mismas palabras en una secuencia nítida y escalofriante:

DATOS RECIBIDOS — NODO ECHONET EN LÍNEA

FUENTE: ESTELA DE LA NAVE AURORA

AUTENTICACIÓN: COMPLETA

La voz de Liam tembló. “Se estaba descargando de nosotros”.

Los dedos de Ethan se apretaron sobre el escritorio. “No nos estaban rastreando”.

Lo miró con seriedad.

“Nos estaban utilizando para cargar”.

Liam se tambaleó hacia atrás. “¿Qué demonios significa eso?” “Significa que el relé no estaba recopilando datos, sino transfiriéndolos”, dijo Ethan. “Cada lectura, cada segundo de contacto, cada fragmento de la señal que interceptamos… todo está aquí ahora. El sistema nos usó como ruta de entrega”.

El corazón de Liam latía con fuerza. “¿Así que Thalassa planeó esto?”

Ethan negó con la cabeza lentamente. “No. Perdieron el control. El mensaje ya no es suyo”.

Un repentino pitido electrónico llenó la habitación; la terminal parpadeó y mostró un nuevo mensaje:

CADENA DE TRANSMISIÓN COMPLETA

NUEVO NODO INICIALIZANDO…

El zumbido se intensificó. Las luces del techo parpadearon y luego se estabilizaron en un frío resplandor blanco. Liam sintió que se le erizaba el vello de los brazos al sentir que el aire vibraba.

“Ethan…”, susurró. “Algo está pasando”.

El hombre mayor se apartó del escritorio. “Sal”.

Apenas llegaron al muelle cuando todo el edificio se estremeció. Las pantallas de las computadoras brillaron con más intensidad, su luz azul se filtraba por las ventanas como fuego líquido. Entonces llegó el sonido: un latido mecánico y bajo.

Un pulso recorrió el puerto, haciendo que el agua se extendiera en círculos perfectos. Los barcos se mecieron violentamente, las cuerdas se rompieron y el muelle de madera gimió bajo la tensión.

Liam cayó de rodillas. “¿Qué es eso?”.

Ethan lo agarró y lo levantó. “Es la señal. Se está extendiendo”.

A lo largo de la costa, el pulso se repitió: débil al principio, luego más fuerte, más profundo. Cada vez que impactaba, el agua del puerto respondía, como si estuviera viva. Los reflejos comenzaron a distorsionarse, retorciéndose en esas mismas líneas brillantes que habían visto en el mar.

Liam se agarró la cabeza. “¡Está en todas partes! ¡Está… dentro de mis oídos!”.

Ethan lo sujetó. “¡No lo escuches!”.

Pero era demasiado tarde. Voces comenzaron a resonar desde las olas: superpuestas, distorsionadas, imposibles de separar. Fragmentos de palabras, familiares y extrañas a la vez. El nombre de Ethan. El de Liam. Órdenes. Súplicas.

Entonces, silencio.

Tan repentinamente como había comenzado, todo se detuvo. El agua se aquietó. Las luces del edificio se apagaron. El único sonido era el viento de nuevo.

Liam abrió los ojos lentamente. “¿Terminó…?”

Ethan no respondió. Estaba mirando la superficie del agua.

Bajo el reflejo del muelle, tenues patrones azules aún latían, más pequeños ahora, casi suaves.

Formando palabras.

EXPANSIÓN DE NODO EXITOSA.

RED EN EXTENSIÓN: 12 NUEVAS CONEXIONES.

EL ECO CONTINÚA.

La voz de Ethan rompió el silencio. “Esto no ha terminado. Apenas empieza”.

Salieron del puerto deportivo en coche, conduciendo tierra adentro por la carretera costera. El sol se ponía, tiñendo el cielo de cintas rojas y doradas. Pero cuanto más avanzaban, más extrañas se sentían las cosas.

Los teléfonos móviles parpadeaban con estática. Las radios de los coches se encendían solas, susurrando fragmentos del mismo pulso que habían oído en el mar. Cada pocos kilómetros, veían gente parada fuera de sus casas, mirando fijamente al agua, en silencio, paralizada.

“Ethan”, dijo Liam en voz baja, “mira”.

Señaló hacia delante. En la cresta sobre la costa, un grupo de torres de comunicación parpadeaba con una luz azul sincronizada; no roja, ni blanca, sino con ese mismo tono imposible de las profundidades.

Ethan redujo la velocidad. “La red se está extendiendo tierra adentro.”

Las manos de Liam temblaron. “Está usando cualquier cosa con señal. Radios, torres… tal vez incluso redes eléctricas.”

La mirada de Ethan se endureció. “Si se está copiando en cada nodo, ya hemos perdido el control.”

La noche cayó rápidamente. Se detuvieron en un motel de carretera, el tipo de lugar que parecía atrapado en otra década. El letrero de neón de la entrada parpadeaba erráticamente: cada tercer parpadeo más lento, luego más rápido, siguiendo el mismo ritmo de pulso que conocían tan bien.

Dentro de su habitación, el televisor se encendió solo. La estática llenó la pantalla, luego formó tenues formas: líneas que se curvaban, se conectaban, formando el mismo patrón geométrico.

Liam susurró: “Ahora está en todo.”

Ethan miró la pantalla, en silencio. Su reflejo brillaba en la luz, medio iluminado y con los ojos hundidos.

“No se trata de tecnología”, dijo finalmente. “Se trata de adaptación. La señal ya no transmite datos. Se reproduce. Se está convirtiendo en parte de lo que sea que pueda transportarla.”

La voz de Liam era casi un susurro. “¿Entonces cómo la detenemos?”

Ethan se giró lentamente hacia él. “No.”

El televisor volvió a parpadear y, por una fracción de segundo, ambos hombres vieron sus propios rostros reflejados, pero distorsionados, pixelados, como si los hubieran reproducido a través de la lente de la señal. Entonces se escuchó la voz, fría y compleja, desde el altavoz del televisor:

“Nos trajiste a casa.”

A Liam se le congeló la respiración. “Ethan…”

Los ojos del hombre mayor no se apartaron de la pantalla. “Lo sé.”

La voz repitió, esta vez más suave, casi tierna.

“El Eco continúa.”

Ethan se acercó a la ventana y miró la costa. A lo lejos, el mar brillaba tenuemente azul, extendiéndose como venas en la oscuridad.

El zumbido regresó: bajo, rítmico, vivo. Liam estaba de pie junto a él, temblando. “¿Qué pasa ahora?”

Ethan no respondió al principio. Luego, en voz baja, dijo:

“Escuchamos”.

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